domingo, 9 de noviembre de 2014

Siete Vidas

Quizá una vida no sea suficiente para hacer y rehacer todo lo que me gustaría sin límite ni relojes de por medio. Vivir con la calma engañosa de vibrar con cada amanecer porque en ese instante el sol me mira únicamente a mí y me presta una nueva luz para desprenderme de los despojos de la anterior. En esos momentos de fingida plenitud prometo cambiar, reconvertirme en silueta tenaz amarrada a un vestigio de perfección que se diluye en el primer café frío por la espera. El día ha roto predispuesto a devorar nebulosas y su hambre de inocentes es voraz. Si tan sólo la cacería fuese compasiva, la oscuridad se mantendría al margen, escondida al acecho de incautos y temerarios ajenos al peligro de la sumisión.

Si tuviera siete vidas como los gatos, dedicaría cada una de ellas a buscarte y rescarte de una existencia a medias. Cada una de ellas serviría de simulacro para enmendar errores y satisfacer antojos hastiados por la paciencia desquiciante del que espera. Todas ellas sumarían una colección de intentos desesperados por conservarte tal y como eres para poder reconocerte entre el tumulto confuso de sombras que se mueven por inercia hacia un precipicio mal señalizado. No sería justo, ni mucho menos sincero encasillarte cuando es evidente que supuras unicidad.

Quizá una vida no baste para vivirte sin condiciones, ni fronteras, pero merece la pena aferrarse a la promesa de intentar aprovechar cada momento de locura a tu lado. Finjamos que la oscuridad no espera impaciente un desliz; el tiempo se detiene porque por una vez ha entendido que la compasión no te hace débil, ni vulnerable y nos regala la ilusión de existir sin esperar amaneceres clónicos que se atrevan a deshacerse de recuerdos demasiado vívidos.